Una lección viva, merecedora de enseñarse en las escuelas taurinas, un auténtico canto a la Tauromaquia en manos, huesos y alma de seis maestros en la cúspide que arrastran al público y que la dictaron de forma antológica, cada uno como el libro de su ciencia como diestro torero le ampara, ha sido vista hoy en Valladolid en homenaje al torero segoviano Víctor Barrio. Sus padres y su viuda recibieron el brindis de cuatro de sus faenas, en tanto el público resultó agraciado con dos de ellas, la de Morante y la de Talavante. La plaza colgó el cartel de no hay billetes y ovacionó al comienzo del paseíllo y a los seis espadas antes de comenzar el festejo.
Se han lidiado seis toros de distintas ganaderías por los toreros Juan José Padilla, oreja; José Tomás, oreja; Morante de la Puebla, dos orejas; El Juli, dos orejas, José María Manzanares, ovación y saludos y Alejandro Talavante, dos orejas y rabo. «Organillo» de Juan Pedro Domecq, bravo y noble; «Tortolito» de Núñez del Cuvillo, bravo y encastado; «Togado» de Zalduendo, bravo; «Escapulario» de Domingo Hernández, bravo, premiado con el pañuelo azul; «Gorrión» de Victoriano del Río, deslucido y flojo y «Cacareo» de Núñez del Cuvillo, bravo y encastado, premiado con la vuelta al ruedo en su arrastre.
El coso del paseo Zorrilla, lleno hasta la bandera, con tendido de los sastres en los edificios aledaños, ha sido testigo esta tarde de una auténtica lección de Tauromaquia, cuyo libro del sexto capítulo cerró Talavante con una guinda de entrega, pasión, cites inverosímiles, emoción y riesgo de alta escuela. Además fue quien puso la plaza en pie tras una serie de rodillas en el mismo centro del platillo. Y con la zurda, increíble, pisando terrenos del toro, resonaron los gritos emocionados salidos de las gargantas de los espectadores. «¡torero, torero!». Y concluyó con un volapié fantástico arriba que tiró por tierra al bravo colorado de Joaquín Núñez.
Juan José Padilla empezó su faena de hinojos tanto con el capote como luego con la muleta, tras tres pares de banderillas arriba en todo lo alto, aplaudidos por la concurrencia. Y aunque el de Juan Pedro se acabó apagando como una candelica, el ciclón de Jerez supo poner de su parte la torería de verdad que atesora en sus manos, completando una faena de oreja y piñones, como los que le obsequiaron al final.
José Tomás, torero de detalles esta tarde, expuso su mecido de capote y el quite con el remate de la media de manos bajas lleno de torería y temple, quietud y solvencia. Tras brindar a la viuda de Víctor Barrio, con la muleta hubo trincherillas de cartel, toreando al natural con pies quietos en la arena, y tan solo el toque y el movimiento preciso. La plaza siseaba en cada momento, esperando el mando, el temple y la forma de estar colocado ante la cara del toro del diestro de Galapagar, un hombre divinizado en su torería que tiene un no sé qué que encandila, culmina y colma las expectativas de muchos aficionados. Con estocada casi entera y golpe de verduguillo acabó su intervención. En este toro fue aplaudido su picador Vicente González por una vara en el sitio.
Y llegó Morante, el regusto del sevillano, crujido de huesos y sentido estético de un tiempo diferente. Una faena singular de José Antonio, con la sonrisa siempre en su cara, llena de interés y de emoción con un comienzo vibrante y espectacular, acabada con una media en el sitio efectiva y letal para el toro.
Y entró en escena El Juli cogiendo en sus manos poderosas un bravo ejemplar de Domingo Hernández que llegó a partirse la vaina del pitón contra el suelo de tanto como humilló en un trincherazo. Temple exquisito de Julián, poderoso, ante el bravo toro colorado al que premiaron excesivamente con la vuelta al ruedo tras una estocada entera con ese salto cuando menos extraño pero muy efectivo que tiró sin puntilla al ejemplar.
José María Manzanares pechó con el flojo, deslucido, brutote e incierto toro de Victoriano del Río. No obstante su faena podría catalogarse como de esfuerzo baldío, pero llena de interés ante la dificultad del toro sobre todo por el pitón derecho.
Y Alejandro Talavante con su quite echándose el capote a la espalda y pasando a un remate largo, espacioso y adornado con majeza y gracia. El toro achuchó en el burladero a Juan José Trujillo golpeándole seriamente en la rodilla por la que fue trasladado a la enfermería de la plaza, mientras su compañero Miguel Ángel Muñoz fue aplaudido y se desmonteró tras dos buenos pares de banderillas. Talavante brindó su faena al público de Valladolid que tuvo entre espectadores singulares a la Infanta Elena y al premio nobel Vargas Llosa y su pareja Isabel Preysler en una barrera así como a la viuda de Víctor Barrio y su familia, por cuya memoria se celebraba esta corrida.
Talavante, increíble, emocional, arriesgada y comprometida faena de temple y poder consiguió, tras un volapié canónico, una estocada en todo lo alto que tiró patas arriba al ejemplar y desató el delirio en los tendidos, poblándose de pañuelos pidiendo las dos orejas y el rabo que le fueron concedidas.
Como resumen breve de lo visto, creo que en esta ocasión, un ángel desde el cielo meció el toreo de sus compañeros y les arrulló con su soplo de bondad, poderío, elegancia, belleza y estética. Eso me pareció a mí al ver esta inolvidable e irrepetible tarde de toros en Valladolid.
FOTOS: José FERMÍN Rodríguez
soraya dice
Me parece vergonzoso q no haya ávido entradas para muchas personas q nos hubiera gustado disfrutar d esta tarde inolvidable y si para el Rey emérito su hija y sus nietos,q llamaron cuando las entradas estaban agotadas para los d a pie,igual q para Mario Vargas Llosa y la Preysler etc.No me estraña q las entradas q salieron a laventa se terminarán enseguida había q guardar para los privilegiados q después d no pagar ven los toros en primera.Como siempre
Rosenio dice
Estoy totalmente de acuerdo con tu comentario