Siempre que se ha querido reconocer la importancia de personas dedicadas a asistir, a ayudar y a facilitar los trebejos, los instrumentos, los útiles y avíos precisos a los principales protagonistas de la fiesta, los matadores de toros, los ojos de los aficionados se vuelven a los llamados mozos de espadas y ayudas. Bien es verdad que en la vieja denominación cuartelera, cuando había mili, a esos asistentes se les llamaba en el argot del ejército “machacas”. Pero la fiesta de toros que debe verse con una disciplina exageradamente puntual, única e irrepetible, cambió con buen criterio aquella denominación por la de “mozo de espadas”.
Hoy en día son bastantes las personas dedicadas a este menester de facilitar su labor al torero pues es una profesión como otra cualquiera, catalogada en el colectivo de artistas y profesionales taurinos con sus tablas y haberes reguladores integrados dentro del epígrafe 7 en lo que se denomina grupo de cotización.
La idea, pues, sentimental de otro tiempo queda bastante lejos de la realidad para la administración, al considerarla una actividad más dentro del calendario de la vida laboral. Así, “En los primeros quince días del mes de enero de cada año, los profesionales taurinos deberán efectuar ante la Tesorería General de la Seguridad Social declaración de su permanencia en el ejercicio profesional correspondiente a dicho año para su inclusión en el Censo de Activos de Profesionales Taurinos, eximiendo a las empresas de esta forma de la obligación de comunicación de altas y bajas correspondientes a cada espectáculo taurino”.
Es muy cierto que ser mozo de estoques y ayudantes tiene otra connotación mucho más duradera, sentida y de especial aprecio entre quienes reciben de sus servicios, de su consejo, su entrega, y en más de una ocasión ponen en sus manos, con absoluta confianza, su vida y fortuna.
Al terminar la faena, una vez todos llegan al hotel, el mozo acompaña a su matador para quitarle el traje y comentar la tarde. Al mismo tiempo, ya ha supervisado que todo está a punto para salir de nuevo a la carretera, para viajar a un nuevo destino y mientras toda la cuadrilla descansa en las habitaciones, el mozo de espadas, en su soledad, se comunica con el traje de luces. Revisa cuidadosamente su estado, la camisa, el corbatín, las medias, las zapatillas y en caso de rotos, repara, zurce, adecenta, lava las manchas hasta que queda impoluto, buscando que todo esté listo y seco antes de su propio descanso. Dicen que el mozo de espadas es el hombro y el compañero del maestro, para las lágrimas y las risas y su protector eficiente tanto en el miedo como en la victoria, de noche y día. Y es verdad. El mozo de espadas y el ayuda esos personajes tan singulares que aparecen en los callejones de las plazas de toros para servir al maestro son unos de los oficios más significativos en ese espectáculo fantástico que supone la lidia de toros.
De ahí que verles con la escarpia metálica en la boca mientras aderezan y unen la muleta al estaquillador de madera o con la característica toalla blanca al hombro, cargados de trebejos, muletas, capote o estoques, dominando los nervios y siempre dispuestos a servir a su maestro, supone un reconocimiento más de una vocación, tal vez más importante que una profesión, a la que dedican su vida temporada a temporada y festejo tras festejo por todos los sitios en donde se produce el anhelado contrato de actuación.
Mozo de espadas, de estoques y ayudas ellos son una de las partes importantes de la fiesta y encima llevando la divisa siempre en sus esportones de ¡Vale quien sirve!
Fotos: José Fermín RODRÍGUEZ
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