Cuando allá por el mes de marzo falleció Manuel Celis, «manolín», el conocido como bombero torero, fue el punto y final de una forma de torear que hace décadas se convirtió en todo un espectáculo cómico taurino musical. Inolvidable y recurrido en todas y cada una de las ferias taurinas puestas en marcha, seguidas por la chiquillada risueña y anhelante que acudía en masa a las plazas para ver sus evoluciones, sus gracias, sus números de tauromaquia jocosa. Durante muchos años se denominaba como charlotada y llenaron las plazas de toros de España, Francia e Hispanoamérica.
En aquella época, junto a ‘El Bombero Torero’, otros artistas como Charlot, Llapisera o el Empastre consiguieron fama con el denominado toreo bufo que cerraba todas las ferias taurinas. De hecho, en muchas ocasiones, el espectáculo se convirtió en el salvavidas de otros festejos que no habían terminado de funcionar. Y en ellos actuaba un chavalillo torero vestido de luces que lidiaba un eralito ante el público.
Muchos recordarán este espectáculo tan genuino y propio, hoy del que muchos empresarios se han olvidado por completo en sus carteles feriados de programación por el prurito de protestas que llevadas hasta el extremo por las dulces ninfas del amor, exhibicionistas de la bondad, que atacan sin piedad para que no se puedan celebrar.
En la feria de Valladolid, dedicada a San Mateo por ejemplo, la llamada charlotada era un espectáculo indiscutible que reafirmaba el cartel taurino de la plaza y que con el tiempo pasó a celebrarse algunos años por la mañana con un aforo lleno en los tendidos y donde los enanitos toreros del bombero torero hacían las delicias de chicos y grandes.
Era una Tauromaquia hoy casi olvidada por las circunstancias y modas que quiere revivir otra vez y que, a poco que se esfuerce el personal, podrían volver a verse estas galas de arte en los cosos de las plazas de toros.
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