En este comienzo de año y de temporada en España, con casi todo preparado en Valero, Ajalvir y Valdemorillo, tres de los sitios marcados en el calendario donde los toros salen con el pelo de invierno para gusto y deleite de la afición, vienen los deseos, el sentimiento y la razón de los trabajos a copar gran parte de la vida de muchas personas: Los toreros, esperanzados en una llamada que no se produce, pero preparándose para el día en que se haga realidad la misma, sin perder la comba, el miedo, las ganas y su deseo primordial de enfrentarse a un toro ante el público que lo va a ver. Los ganaderos criando y cuidando un ganado de lidia, único en la cabaña ganadera, que ven con zozobra e incierto futuro la aplicación económica para que sus toros se corran y lidien en las plazas de ciudades y pueblos. Los empresarios haciendo números, cábalas y mil y una piruetas para cuadrar la cuenta de resultados. Los subalternos y picadores ofreciendo sus servicios al diestro en la tarde de festejo. El mozo que ayuda a unos y otros en su devenir y los aficionados pagando su entrada para mantener vivo el espectáculo. Y sin olvidar a los periodistas y críticos taurinos de mejor o peor labia, interesados casi siempre en dar a los demás su versión de lo hecho.
Y por encima de todo, el misterio de cada tarde, la luz, el colorido, la risa, el ánimo, la sonrisa, el saludo y el abrazo, flores que abren sus pétalos en los momentos previos a comenzar, tragar el miedo y concentrarse serenamente para dar lo mejor de sí mismo al festejo de toros tan arraigado aún en muchos corazones que saben lo que tienen que hacer y que decir. La gente sencilla que desea divertirse en una visión única de superación y riesgo ante las múltiples dificultades y reconocer el mérito de quien se pone delante pese al peligro.
Es increíble, por ejemplo, la situación meteorológica sobrevenida y cómo un hombre intenta mantenerse en pie y hacer algo diferente, emocional y enloquecido por el aplauso y la ovación, tal y como se puede apreciar en esta fotografía de José Salvador que ilustra el comentario de un afán de superación único. La lluvia arrecia, el barro inunda todo el piso, el torero, calado hasta los huesos no pierde ni la compostura ni la raza, jugándosela con pasión y sin temor y el toro lamiendo con su larga lengua las gotas de lluvia que refrescan su calor interno. Ambos, el toro y el torero juegan su vida sin importarles el agua que cae a turbiones, el aire que cimbrea la muleta y la dificultad añadida, pero para el torero es más grande el bien inmaterial que a él mismo le genera y ofrece la lidia, al superar todo eso creando y forjando una leyenda singular y perenne en su memoria.
Todos estos sentimientos de sangre, sudor y lágrimas se dan en los toros igual que en la vida de las personas para transformarlos en grandeza, belleza, superación y amplitud de miras. Para que luego digan que la Tauromaquia no es única.
Foto: José SALVADOR
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