Nadie puede ni debe dudar del riesgo que padece un torero cada tarde sea frente al toro que sea. Él pone su vida en juego y enseña, encogido, su valor, tragando el miedo y superando las dificultades frente a un toro bravo. Y aquí tengo a seis toreros, eligiendo a cuantos en julio han derramado su sangre por la vocación que les mueve la vida, la ilusión, la preparación, dedicación y trabajo como homenaje hondo y sentido a su actitud por la que afrontan decididos toda contrariedad surgida en la corrida.
Rafaelillo, herido por un «peñajara» y Álvaro de la Calle por un «escolar» en Céret. Rubén Pinar, por un Miura en Pamplona; Francisco José Espada por un toro de Robert Margé en Madrid y Fernando Robleño y Borja Jiménez por otro de José Escolar en Pamplona.
Seis hombres que tienen que pechar casi siempre con lo duro y difícil si quieren participar en esta fiesta de la Tauromaquia han recibido el tabaco de la cornada como se dice en el argot. Y Dios me libre de pensar que esos toreros del grupo C en el que suelen encuadrarse sufren más que los selectos del grupo A, de calidad demandada por público y empresas, al tener que enfrentarse a toros de más sencillez y obediencia, si esa fuera la palabra que define la embestida de un toro bravo.
Elevar un laudo por su acción, por sus heridas, por su raza, por su actitud es el cometido ahora de este portal, reconociendo en sus propios nombres la grandeza que es ser torero, la dureza de una profesión y los sinsabores que a veces luego curten con el tiempo la personalidad de un diestro. Y además deseando fervientemente su pronta recuperación, su salida del hule hospitalario y su recuperación para verles de nuevo, aplaudirles, reconocerles y engrandecerles su obra y su vida torera, porque se lo merecen. Y un aficionado lo único que puede hacer es darles las gracias y aplaudirles por su disposición valerosa y entregada.
Fotos: José FERMÍN Rodríguez.
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