Explicar la importancia de un lugar en donde la afición por correr toros supera en mucho el tiempo de celebración recordando las efemérides de santos patronos o abogados celestiales es una tarea en la que el empeño a veces da resultados y corrobora el ayer y una actividad genuina, propia, antigua y única en el devenir de la historia.
En Tordesillas existe una barriada llamada de San Miguel, popularmente conocida como «de las brujas» por aquello de los remoquetes que cachazudos e ingeniosos suelen colocar a otras personas para zaherir, marcar o señalar a las mismas, tal y como se supone con los apodos, nombres o cognomentos que se colocan en la denominación de algo muy significativo. Pues bien en esa barriada de San Miguel que todavía existe, hoy totalmente remozada en su construcción antigua, se corrieron toros en Tordesillas al llegar la festividad de los santos arcángeles San Miguel, Gabriel y Rafael cuando el calendario señala el 29 de septiembre, a decir de viejos textos parroquiales de ciertas hermandades o cofradías acogidas al cobijo de su fábrica eclesiástica.
Al llegar esta fecha final de septiembre se celebraba durante ocho días la honra por el patrón y el último, de ahí el nombre de octava, el jolgorio era más notable y significativo pues tras las honras de procesión, adorno de altar y cera, se solían correr toros con arreglo a los recursos económicos de las instituciones cofrades. Una de ellas, la del Santísimo Sacramento de San Miguel tuvo en sus manos varios años la organización de la lidia de toros, «al estilo de la Villa», corridos a la augusta sombra de su campanario.
Y en 1621, aunque no pueda facilitar una fotografía pues aún no había nacido tal invento, el dibujo de un pintor, José Ramón Muelas García, que además es mi amigo desde la infancia, suple con creces para la explicación de este comentario taurino, al que añado una fotografía aérea del lugar hecha por los años de 1940 cuando ya todo este entretenimiento y solaz había desaparecido engullido por el tiempo y la nada, pero da idea del entorno donde el improvisado coso taurino servía para «correr los toros y capearlos«, normalmente ensogados, pues los de muerte cuando no había demasiadas posibilidades económicas quedaban prácticamente a la festividad de mayor relevancia como la de la Peña.
En fin, toros al estilo de la Villa. En el corro de San Miguel, en el de Santa María, San Juan, San Antolín o San Pedro. Menuda juega, griterío, emoción, riesgo y armonía entre los del barrio que servía de acicate al resto de la comunidad, en este caso la tordesillana para convivir, compartir el pan y la sal, el rezo, la diversión y la alegría.
Como para no explicar la vida en un pueblo sin el profundo significado de la lidia de toros bravos, muchos años antes del nacimiento de la Tauromaquia reglada y regulada.
Dibujo: Acuarela de José Ramón Muelas,
Fotografía aérea: Grupo fotográfico «Ayer y Hoy»
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