Una tarde espléndida, muy taurina de sol y moscas, trajo a Valladolid un encierro de Parladé anunciado para la ocasión y para la despedida de Luis Francisco Esplá, maestro sabio y honrado de la tauromaquia, al que acompañaban el joven José María Manzanares, cauto y precavido con seda y percal pero un cañón con la tizona, entrando a ley a dar muerte a sus oponentes y Cayetano Rivera, triunfador por aclamación popular en esta corrida, desorejando a sus dos enemigos y saliendo por la puerta grande de la plaza merecidamente.
Los toros de Juan Pedro Domecq resultaron nobles y bravos, unos con más chispa que otros, pero en general el encierro sirvió al encuentro con la terna encargada de lidiarlos ante un público que no llenó ni tres cuartos de la plaza. Curiosamente se habla de crisis en estos momentos pero las entradas ocupadas eran todas las de sombra y las libres prácticamente las de la solanera, de imposible estancia sin sombrero, sombrilla, abanico y botijo de agua fresca al lado, dado el nivel del mercurio señalado por el termómetro.
Pero vayamos al grano que se nos van las explicaciones en circunstancias.
Abrió plaza el maestro Esplá, de marino y oro, muy querido y conocido por la afición vallisoletana que le ovacionó y le pidió la oreja del segundo de su lote. Estuvo con la espada el maestro algo pinchauvas, como él mismo suele decir, pues los aceros le fueron negados en cuanto a profundidad y filo. A su primero lo despachó de un pinchazo sin soltar y una media suficiente que produjo derrame al «alcalde» que así se llamaba el de Parladé. En tanto al segundo de nombre «bulerio» le hizo una aseada y jaleada faena empezada agarrado con una mano a la contera de las tablas y con la otra toreando por alto haciéndolo bonito, como él sabe que gusta al viejo aficionado. Pese a pinchar por dos veces antes de agarrar la estocada, la Presidencia que ostentaba hoy Manuel Cabello le otorgó la oreja del toro que paseó ufano, espacioso, sonriente y agradecido por el redondel.
Manzanares, de nazareno y oro, toreó un segundo bis por flojera del titular de nombre «caradura», un toro menos hecho que el resto del encierro pero que demostró su elegancia dando unos pases de toreo del bueno, con sentimiento y acompañando con la cintura la embestida de la res en un recuerdo plástico precioso. Además acabó con una estocada hasta la bola, pidiendo el público la oreja con insistencia que le fue concedida. De nuevo en su segundo, un tostado de nombre «alarido» intentó la faena pero o no pudo o no quiso o no estaba el horno para demasiados bollos, toda vez que José María torea más con el espejo de la composición de su figura que con el riesgo excesivo de la cercanía de astas escobilladas. Lo mejor sin duda alguna fue la estocada pues aunque la res estaba demasiado cerrada en tablas, se tiró arriba a por él, consiguiendo que el público pidiera la oreja que no le fue concedida con muy buen criterio presidencial.
Por último actuó Cayetano, de perla y oro, que escuchó en sus faenas voces procedentes del tendido relacionadas más con el porte y tipo que han creado en torno a su persona los medios de comunicación que por la labor desarrollada con su toreo ante dos toros «desgreñado» y «faraón» a los que desorejó en un triple trofeo orejudo.
Cayetano realizó la labor y se metió al público en el bolsillo con el que cerraba tarde y corrida, pues las luces se encendieron para ver el titileo de sus lentejuelas a los haces de luz de los focos de la plaza. Muy aplaudido en los ayudados por bajo y tanto por la derecha como por la izquiera, calzado y descalzado, metió al toro en el canasto de su arte, aguantando los parones cuando se producían y, tras perfilarse, se tiró a matar con todo el alma consiguiendo una estocada entera, algo traserilla y un punto tendida, pero ya era igual. El toro dobló y los pañuelos pidieron los trofeos para un torero que hoy demostró en Valladolid que no sólo tiene porte y sonrisa sino también gusto y hechuras de torero de raza.
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