Igual que el cante y el baile propios de Andalucía tienen sus vetas y orígenes, en ocasiones inciertos y con diferentes explicaciones, los toros llegan a todos por su sentido mucho más profundo y enraizado en el sentimiento español. Sin embargo la unión entre ambos conceptos es tal que resulta muy difícil encontrar un torero, un aficionado, un personaje ligado al rito de la Tauromaquia que no guste de los «palos» y variedades interpretados normalmente a los sones rasgados de las cuerdas de una guitarra.
Frecuentemente, cuando terminan las funciones de toros como se llamaban en lo antiguo, festejos y corridas ahora, era tenido como demostración alegre en la vida de cuantos de una u otra forma habían intervenido en los mismos, la reunión en alegre cuchipanda de todos ellos, invitados por el diestro contento, el apoderado rumboso o un seguidor impenitente del torero en un establecimiento habilitado para mostrar ese encanto misterioso de la palabra que todos sienten y nadie explica. Y allí mismo, tras el vaso de vino, surge la voz, el baile, el cuadro flamenco, en la iniciativa por la expresión de un sentimiento, una hazaña, acercar un momento, un instante aprehendido y señalado a todos con emoción y quejido.
Raro es el torero que no está formado en esa tradicional manera de exponer un sentimiento con el pellizco y hondura que requiere el momento, tal y como a él se le ha exigido ante la embestida de un toro bravo unas horas antes en la plaza. Casi todos, por aquello de la generalización siempre ser odiosa, aman el flamenco, gustan de ese cante tan variado y rico donde bulerías, fandangos, tangos, martinetes, rumbas, coplas… y un sin fin de variedades conforman la manera de entender y vivir. No se olvida en estos momentos aquella actuación esta pasada temporada de Talavante quien se echó a palo seco una tonada mientras toreaba al toro en la misma plaza que tan grata sensación dejó entre los espectadores que seguían la retransmisión televisiva de aquella corrida e incluso levantó la admiración y sorpresa en el mismo comentarista, a la sazón Federico Arnás.
En fin quien canta sus males espanta, dice el refranero en una sentencia cierta y real como todo lo que la sabiduría popular ha logrado pasar el tamiz del olvido y establecer entre todos nosotros. Y en estos tiempos de idas y venidas en que parece no hay ni un minuto que perder, bien está esta pausa que sosiega y atempera el ánimo, acoge a todos cuantos quieren entregarse a esta actividad y llena de sentido alegre dos de los aspectos fundamentales que tiene este mundo taurino para ser siempre lo que debe ser, una fiesta. De ahí que toros y flamenco vayan en unión indisoluble como el haz y el envés de una hoja, la cara y el lis de una moneda, el anverso y el reverso de una hoja de papel…
(In Memoriam Paco de Lucía, DEP)
Dibujo: Antonio Guzmán «CAPEL»
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