

Ni el más pintado podría predecir la que se organizaría durante la lidia del último toro de la corrida mixta celebrada con motivo de las fiestas de San Victorino, de nombre «rabito» y de la ganadería de Domingo Hernández. Toreaba Perera con su maestría habitual, su profesionalidad y su manera de colocarse y lidiar los toros, sean los que sean, el cierre de corrida, tras la intervención de Hermoso de Mendoza, en rejones, y Juan Diego en lidia ordinaria, al toro de Garcigrande. Al terminar su faena se perfiló para darle la estocada al burel, terciado, noble, bravo y repetidor, aunque sin haber pasado por la suerte de varas como debiera, pues un solo picotazo sirvió para cambiar el tercio, como al resto de sus hermanos. En ese momento, el público comenzó a silbar y a pedir el indulto del toro. Perera desistía de la estocada y seguía toreando a «rabito«. De nuevo perfilado para estoquearlo y las voces mucho más amplias, más destempladas, más exigentes para que lo perdonara la vida. Perera mira al palco y el Presidente en principio indica que entre a matar, pero se dividen las opiniones y los vociferantes que exigen el indulto son mayoría, aunque no la petición del público. Miguel Ángel Perera, con el guirigay montado dice claramente y así le oímos: «Yo no lo mato«. Por su parte, el Presidente y el asesor se levantan de su asiento y se encaran con un espectador de la zona que pedía la muerte del toro. Más lío, más voces, más gritos, más de los mismo, hasta que exhibe el pañuelo naranja, dando el indulto a la res. Y a Perera las dos orejas y el rabo por su faena.
Dar el indulto a un toro que no ha sido picado es una arbitrariedad, y el reglamento taurino así lo destaca «… cuando por sus características zootécnicas y excelente comportamiento en todas las fases de la lidia SIN EXCEPCIÓN Y, especialmente, en la SUERTE DE VARAS, sean merecedoras del indulto, debiendo además concurrir las circunstancias siguientes…» puede parecer más demérito que mérito en la flor de la ganadería de lidia.

Yo personalmente, podré estar equivocado o no en mi apreciación, pero así la hago constar. El indulto a este toro de Domingo Hernández ha sido de un triunfalismo exagerado, demasiado pasional y que rompe la norma por la que debe otorgarse el perdón a un toro de lidia. Se ve que las maneras de exhibicionismos de bondad han llegado también a los espectadores. Y eso sí que es ya un problema serio.
Arévalo. Primera de la Feria de San Victorino. Media entrada en tarde muy calurosa.
Pablo Hermoso, ovación con saludos y dos orejas.
Juan Diego, ovación y dos orejas,
Miguel Ángel Perera, dos orejas y dos orejas y rabo simbólico.














Los toros lidiados eran de Luis Terrón para rejones, manejables, y dos de Domingo Hernández y dos de Garcigrande, para la lidia ordinaria, terciados, nobles, con poca fuerza pero bravos. Al sexto se le premió con el pañuelo naranja. Se guardó un minuto de silencio al terminar el paseíllo. Actuó de sobresaliente Miguel Ángel Sánchez.
Fotos: Fermín Rodríguez
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