Tarde muy calurosa la vivida hoy en Torrejón de Ardoz para disfrutar de la primera corrida de Feria en la que los diestros César Jiménez y Manuel Jesús El Cid salieron a hombros de la plaza, en tanto el maestro Enrique Ponce cortó una oreja al «bofonante«, cuarto de la tarde, y lo hizo a pie con la ovación del público que llenó en sus tres cuartas partes el coqueto y cómodo coso levantado en el complejo turístico y de ocio parque Europa de la localidad madrileña.
Se lidiaron seis toros de Manolo González, bien presentados, dos de ellos sin fuerza y rajaditos y otros cuatro bravos y nobles que dieron buen juego. Los toros corridos en cuarto y quinto lugar fueron aplaudidos en el arrastre.
Con el fin de llevar un hilo del recordatorio de la tarde, y hacerlo algo más sustancioso para el lector, habría que hacer mención de lo menos bueno primeramente visto para llegar a la torerísima compostura y lidia hecha por César Jiménez, entregada, estética y de una belleza característica en este diestro que se dobla como un junco cuando el toro entra encelado a las telas que le muestra sin trampa, ni cartón. Por decir, la tarde empezó con un soberano traspiés con los dos primeros del encierro, uno «santero» de 515 kg. de romana que desesperó y exasperó a Enrique Ponce, vestido de purísima y oro, quien tan solo pudo exhibir la voluntad y el deseo de agradar a la concurrencia en su faena. El toro echaba la cara arriba y el de Chivas ni pudo ni le dejó el colorado ejemplar de Manolo González. Le recetó una media estocada y precisó del golpe de verduguillo para acabar con la vida de su enemigo. Mejor estuvo con el «bofonante» de 506 kg., segundo de su lote, un buen toro que tras los lances de recibo se pegó un volteretón que lo dejó si no para el arrastre, al menos extremadamente mermado. Ponce se descaró con el toro y le toreó muy bien con ambas manos. Pases de casi todas las marcas, variados, hartándose de torear y el animal sin abrir la boca embistiendo una y otra vez al engaño. Se perfila para matar y logra dos pinchazos sin soltar, bien marcados en lo alto, y una estocada tendida que envía al animal al desolladero. La faena de Ponce, muy querido en Torrejón, fue aplaudida con fuerza y demandada la oreja que le fue concedida, pese a haber estado sin acierto con la tizona.
Algo parecido le pasó a Manuel Jesús el Cid en el segundo de la tarde, imposible por el pitón derecho, con un peligro sordo que de no haber estado listo el de Salteras, lo hubiera enganchado y causado un serio problema. El «lobo» de 505 kilos de romana se le rajó en cuanto le sometió por bajo con oficio y decisión. Lo despachó sin más preámbulos ni alharacas de estocada desprendida y descabello.
Para redondear su faena le salió «margarito» un bravo animal de 520 Kg de peso en el que se rozó la tragedia, al caer el diestro en la cara del toro, tras sus lances con el capote, haciendo éste por él, buscándole en el suelo con ansia para herir a su matador. La cuadrilla rápida y tanto los subalternos Alejandro Escobar como Mariano de la Viña a las órdenes de Ponce como Carlos Casanova echaron una mano para llevarse al toro del medio del redondel en donde había caído el torero. El Cid se levantó renqueante de una pierna por el tremendo pisotón y paliza del animal. No obstante en su faena de muleta se sobrepuso al dolor y a la contrariedad y enjaretó al animal unos naturales de los de verdad, exponiendo y exprimiendo al toro hasta el desplante final de rodillas y en su misma cara. Cuadra al ejemplar y logra un estoconazo que tira patas arriba a la res. El graderío se puebla de pañuelos y el Presidente otorga las dos orejas al torero que pasea ufano y sonriente alrededor del anillo.
Y vamos con el tercero de la terna. En esta ocasión César Jiménez, el elegante y capaz torero, pupilo de Carlos Rodríguez, «Serolo», que dirige la carrera del diestro madrileño. Salió «Sobrehilo» con 500 Kilos de báscula y le metió unos lances espatarrado y otros dos a pies juntos que encandiló al tendido con emoción y estética. Atronador el olé que le dispensaron los espectadores y cuando empezó en el tercio la faena, una voz de un chusco de los de sol le espetó: «César, ¡vente a torear al sol, que soy del pueblo de tu mujer!». Había empezado su faena por bajo, flexionando la pierna con torería y gracia. Mientras al ejemplar le duraron las fuerzas, César estuvo elegantísimo con la derecha y especialmente en los remates por bajo, todos ellos como retratos de cartel. En el recuerdo un remate dibujado lleno de temple y torería, marca de la casa, que aún no se ha borrado de mi recuerdo. Tras propinar una estocada el «sobrehilo» pasó a ser madeja de tela marinera para el carnicero. En el que cerraba plaza y corrida, de nombre «plebeyo» de 510 Kg que recibió dos varas de castigo, César Jiménez le instrumentó una faena grácil y elegante, de las de duende al torear, cruzándose al pitón contrario, citando de verdad al encastado y bravo animal, a buen seguro de lo mejor del encierro. César Jiménez lo sacó al mismo centro del platillo para allí entrar a matar, pero solo logró una media tendida, precisando dos golpes de verduguillo para pasaportar a este buen toro que cerró la primera de feria en Torrejón.
Y si habría que destacar también alguna cosa, hay que hacerlo con la charanga de la peña animosa de los «Cuasiguapos» que ocupaban el tendido cercano a la solanera que cantaron a Ponce que seguía siendo el rey, ese corrido mejicano tan popular y conocido, cuando daba la vuelta con la orejita de su enemigo y al Cid que tenían el corazón contento, lleno de alegría, como interpretó Palito Ortega hace muchos años. El personal de la Plaza, de Eventauro, perfectamente uniformado con pantalón teja y camisa blanca y la amistad de siempre con que me honra la familia Hebrero a la que guardo profundo respeto y agradecimiento. Y mañana más.
Fotos y Galería gráfica: José Fermín Rodríguez
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