La próxima fecha del 18 de julio, cuando el canto de la perdiz trae alegría a la vida de los campos de cereal y al espíritu del veterano jaulero, es la elegida para abrir el portón de la Plaza de toros de Toro, que pese a la redundancia torera tiene bien merecida la visita, el recuerdo, el aplauso y la admiración por la obra hecha en un solar que fue un corral de labranza, ocupado por el antiguo Palacio de los Bazán y que fue objeto de una reparación en la época en la que perteneció a la marquesa de Peñalba, a principios del siglo XVIII. Algún tiempo después, diverso material de cantería y madera sobrante de esta obra fue reutilizado para la construcción de la plaza de toros.
El sitio excepcionalmente pintoresco, justo al lado del no menos bello teatro Latorre, salvado de la piqueta inmisericorde de hace pocos años, cuando la especulación urbanística no respetaba ni a tirios ni a troyanos, es donde se abre la doble puerta grande de su coso en la vieja plaza de San Francisco.
Su construcción se inició en marzo de 1828, y ya en agosto de ese mismo año pudo inaugurarse la plaza, para lo que se organizaron cuatro corridas. La dirección de las obras estuvo a cargo del «acreditado alarife local» Agustín Díez Tejeda, y el resultado fue un albero integrado en el conjunto arquitectónico del lugar, sin desmerecer en absoluto con los edificios vecinos, lo que ha llevado al historiador local y hombre al que Toro debe mucho de su acervo patrimonial, José Navarro Talegón, a decir que estamos ante un conjunto insólito de la arquitectura popular española.
Pues bien, escarbando en el interés siempre grato y apetecible de cantar y contar las excelencias de la bellísima localidad zamorana a orillas del rio Duero y particularmente haciéndonos eco de la corrida inaugural de la plaza en el mes de julio, una cita taurina sin par y digna de recuerdo e historia para todos cuantos amamos la tauromaquia, un buen toresano de pro, a quien he conocido desde esta misma web Pedro Recio Samaniego, estupendo aficionado torista más que torerista, me envía la liquidación de una corrida de novillos toros del Duque de Veragua, celebrada el día 3 de diciembre de 1916 que produjo un déficit de 4880 pesetas con 10 céntimos, según el cálculo que las dos hojas volanderas de este documento tan curioso recogen.
Primeramente decir que esos «novillos toros» que se expresan eran todos de cinqueños para arriba. (hay que ver qué cosas, llamar novillos a «peladillas» cinqueñas e incluso alguno de seis años, armados con la arboladura natural intocada y que dejaron destripados a siete de los catorce caballos utilizados en la lidia). Pero, en fin, así eran las cosas. Para destacar algunos de los gastos, decir que los toros costaron 3625 pesetas, en tanto los toreros cobraron 1700 pesetas; 500 pesetas por arriendo de la plaza (propiedad de la familia de Valeriano Cuadrado Cerrato); otras 1036 pesetas y 50 céntimos para el Excmo. Sr. Duque de Veragua; 127 pesetas a los vaqueros por trabajos y viajes. Por la matrícula y timbre, 452 pesetas con 15 céntimos. Los catorce caballos adquiridos costaron 797 pesetas con 50 céntimos y al comisionado Saturnino Carrasco, comisionado para ir a Madrid y Salamanca, 277 pesetas. El porte de los toros costó 89 pesetas. En resumen, todos los gastos, peseta a peseta, importaron 9383 pesetas con 35 céntimos.
La sección de ingresos es muy reducida a tenor de los apuntes que ascienden a 3279 pesetas por la venta de localidades y recaudado en la plaza. La carne de cinco toros ascendió a 937 pesetas a lo que se añadió la venta de seis caballos por un importe de 196 pesetas todos ellos y 87 pesetas con 50 por las pieles de siete de los caballos muertos. Total que aparecen unos ingresos de 4503 pesetas con 25 céntimos.
Como puede verse ya el empresario de la época «perdía» dinero, al menos como se refleja en el documento al que hemos tenido acceso y que tan amablemente ha puesto a nuestra disposición Pedro Recio. Sin embargo, año a año y feria a feria volvían a programar y a celebrar el espectáculo más increíble del parar, templar y mandar de un hombre ante un toro bravo.
Destacar que entre los personajes que aparecen en la fotografía de arriba, antes de una corrida celebrada unos años después, el día de San Agustín de 1951, se encuentran EL GACHO, torero de Tagarabuena y VICTORIANO VALENCIA, el actual apoderado de Ponce; Pozas y Santos Recio; Cerrato con el jarro de vino y el puro; Tomás «majillo», miembro de la familia que se encargaba del arrastre de los toros; Luis Vázquez y el niño Antonio. Una estampa para el recuerdo, la nostalgia y la memoria, como la otra con uno de los obreros posando al empezar la restauración en la puerta de chiqueros. Y también su anécdota que me contó personalmente Victoriano Valencia.
Un individuo, bastante achispado por el vino de la comida previa y el aguardiente posterior, con halitosis exagerada, se acercó a Victoriano para animarle, abrazarle y decirle que él era su ídolo en los toros, repitiéndoselo una y otra vez, echándole el aliento y produciendo en el torero más que miedo, que ya lo tenía, por los toros a lidiar, rechazo forzoso por el olor apestoso que salía de la boca del individuo. Una y otra vez, reiteradamente, «tú eres mi ídolo, mi torero preferido y eres un tío valiente… (y etc etc). El caso es que tal pelmazo al insistir una y otra vez, produjo el enfado del diestro que llamó al sargento de la Guardia civil para que le quitara el engorro. Solícito el sargento se llevó al individuo, apartándole de Victoriano. Una vez alejado y separado de la cuadrilla para que no diera más la tosta y repartiera el olor a borrachera señorial y asentada, regresó el sargento y le dijo a Victoriano:
«Sabes quién era el individuo?. El médico de la plaza«.
.»Me cagüen la leche, -dijo Victoriano-, ya puedo tener cuidado esta tarde para no pasar por la enfermería«.
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