Una corrida excepcional, superior, con trapío, presencia y bravura de los Hermanos Sánchez Herrero fue lidiada el día de San Roque en Roa de Duero ante un público que casi llenó el antiguo recinto taurino por tres toreros que, de una u otra forma, presentaron su carta de presentación, de entrega, arte, torería y valor ante el entendido público del pueblo del Empecinado. Sus nombres aquí están: Rafaelillo (oreja y oreja); Fernando Robleño (oreja y aplausos) y Morenito de Aranda (oreja y ovación).
Cinco de los toros eran de la ganadería titular, y uno de Castillejo que remendó el sexteto, toda vez que uno de los toros se rompió en el encierro de la mañana, quedando inutilizado para la lidia, por lo que hubo de ser sustituido. Los de Hermanos Sánchez Herrero, procedencia «Raboso», Aldeanueva, tuvieron una romana de media tonelada larga cada uno y el de Castillejo dio en la báscula 580 Kilos de vellón. Si a eso se añade que venían en puntas, tal y como la vaca de su madre los parió, con poder, genio y sin caerse, en ocasiones estuvieron por encima de sus matadores.
Antes de seguir con la corrida quiero detenerme en el comportamiento del segundo de la tarde, un precioso toro castaño, perfectamente conformado que recibió una vara de castigo que duró siete minutos, largos, eternos, empujando la res al caballo y tratando los subalternos de colear al animal para hacerlo salir de la suerte. Ese segundo toro apretó enrazado y codicioso, empujó el caballo hasta el otro extremo del diámetro de la plaza y derribó estrepitosamente caballo y caballero. Acción que fue ovacionada por el público, que se repitió cuando el toro era arrastrado por las mulillas. Quizás el Presidente de la corrida, en esta ocasión el alcalde de la localidad burgalesa, David Colinas, debió sacar el pañuelo azul para que dieran la vuelta al ruedo a este toro por su comportamiento en varas y en toda la posterior lidia. Un toro de los de antes que lidió magistralmente Robleño, con poderío, sobre las piernas, doblándose y entregándose, realizando una faena para los aficionados, ya desacostumbrados a ver este espectáculo que reconcilia a uno con el mundo de los toros. «Hacía tiempo que yo no veía lidiar así a un toro, como éste, de los antiguos»- pensaba en alto un aficionado en el tendido tras de nosotros. Fernando se entregó en la estocada y recibió por su faena una merecida oreja que paseó orgulloso alrededor del anillo.
No pudo el maestro de Madrid redondear su tarde con el quinto que también derribó en su encuentro con el picador. Y eso que empezó al hilo de las tablas la faena, apoyado en la contera de los tableros tras brindar al público. El toro fue algo más complicado, escarbó y cuando tomó la muleta con la izquierda, las dificultades surgieron para el diestro por lo que optó por abreviar. Recibió un recado en forma de aviso, tras pinchar en lo alto, y no consiguió atronar el toro, precisando de cuatro golpes de verduguillo para acabar con la vida del animal.
Vamos ahora con Morenito y su faena al toro de Castillejo de Huebra, lidiado en tercer lugar, pues al colorado sexto, pese a instrumentarle unos lances de recibo, su faena no tuvo la enjundia, la belleza y la armonía que con el corrido primero.
Jesús Martínez, Morenito de Aranda, estuvo con la izquierda toreando como los ángeles, con hondura, sentimiento, doblando la cadera como un junco de la ribera del Duero, cadencioso, a compás, sometiendo al ejemplar con temple soberano. El público ovacionaba y él sonreía, satisfecho cada vez que terminaba una serie. Fue, sin duda, lo más estético de la tarde, pero luego con la espada no anduvo fino y precisó del descabello en varias ocasiones hasta que finiquitó al ejemplar de Castillejo, perdiendo así un triunfo merecido y sonado que ya tenía en el bolsillo.
Vimos a Morenito enfadado consigo mismo, entre las tablas del callejón, lamentando los errores con el acero, disgustado y enojado porque sabía que el triunfo caso de haber matado bien hubiera sido de antología y además merecido, mientras aguantaba la rabia y se enjugaba una lágrima, tapándose la cara con la toalla que le ofreció su mozo de espadas.
Jesús Martínez, Morenito de Aranda, es un torerazo como la copa de un pino que llama a la puerta del arte, de la estética y de la torería, con una muñeca prodigiosa, destacada, admirable…pidiendo paso entre las élites del escalafón.
Y al final el triunfo se fue para el murciano Rafael Rubio Luján «Rafaelillo», torero valiente por la gracia de Dios, que se sobrepuso a un subibaja por entre los cuernos del primero de la tarde que lo zarandeó como un títere, al intentar pasarlo por la izquierda. Tras el buchito del agua milagrosa, se sobrepuso con esfuerzo y torería al ejemplar que abrió plaza con 560 kilos en su esqueleto.
Un pequeño corte en la sien derecha con la espada por el que tuvo que ser atendido en la enfermería de la plaza por los doctores y colocándole en la herida varios puntos de sutura, no le impidió acabar la faena empezada. Cuando despachó de estocada al ejemplar salmantino, recibió una oreja de la presidencia.
Donde vimos bien y entregado a Rafaelillo fue en el cuarto de la tarde, al que puso dos veces en el caballo para recibir dos puyazos «porque no había sangrado el pellejo«, como él mismo dijo. El primer par de banderillas prendido por el subalterno Antonio Jiménez «Ecijano II» fue en todo lo alto, asomándose al balcón, muy aplaudido por el público. Al cambiar el tercio el Presidente con sólo dos pares, sin permitir la tercera entrada, el personal abucheó la errónea decisión presidencial porque quería ver de nuevo en acción al Ecijano.
Rafaelillo llevó al animal contra la querencia de la puerta de caballos, lugar por donde había entrado y salido en el encierro de la mañana y allí, siguiendo las indicaciones de su apoderado Dávila Miura, le dio dos series buenas, asentadas, completas, rematando los pases con cierta belleza. Una casi entera perpendicular y tres golpes de descabello le hicieron merecedor a la segunda oreja, por lo que salió de la plaza a hombros, por la puerta grande.
Resumiendo, Roa de Duero tiene una afición a los toros extraordinaria. El público entiende y exige, pide y da, opina y escucha, respeta y aplaude, se divierte y se alegra con el triunfo de los toreros. Por eso, la corrida de hoy, se puede decir sin temor a errar que ha sido una corrida de Madrid por toros y por toreros. Así se reconoció en el coloquio posterior en la Centro Cívico Cultural de la localidad burgalesa. Enhorabuena por ello y gracias como aficionado por el rato tan bello y grato que hemos pasado en la ciudad de Juan Martín.
Deja una respuesta