Con ilusión y el afecto de siempre llegamos a Valdemorillo para seguir la corrida primera de las de a pie que el empresario Tomás Entero organiza en su pueblo junto al Ayuntamiento de la localidad madrileña. Bien es verdad que con cierta contrariedad afectable a la integridad física que nos impidió tanto a mí como a mi buen amigo el fotógrafo Fermín Rodríguez contemplar el final del festejo. Uno por indisposiciones más propias de la comida que de la edad y otro por samaritano ayuda de quien se encuentra en apuros irremediables.
Esta media crónica, por tanto, se la merecen nuestros lectores que para eso nos acercamos a la ciudad de las tres chimeneas, con las ganas, ilusión y contento de siempre, pero sin saber que acechaba la gastroenteritis aguda en el tendido de la plaza cuando terminaba Martín Escudero con el que desorejó, un toro llamado «estudiante» de 495 kilos de peso, al que se pasó ajustadísimo en algunos momentos por la faja poniendo el ¡ay! en los tendidos. De todos modos, quien da lo que tiene, ya de por sí merece si no el aprecio, al menos el silencio respetuoso.
Casi lleno en los tendidos de la Candelaria y un callejón pleno de parroquia, curiosos, concejales del Ayuntamiento, administradores, familia, primos, hermanos, aficionados sin pago de entrada, amigos y demás compañía. Tanto que un chusco voceó desde el tendido cinco: «¡Parece la Gran Vía el callejón!». Y se le olvidó decir que en hora punta, porque la verdad no cabía un alfiler en el mismo, impidiendo el trajín de mozos de espadas, ayudas y toreros. Y entre medias un cámara de televisión con su cable a la rastra buscando de forma habitual la respuesta de los diestros. No sé qué pasará el día que salte un toro al callejón y la prepare. Ahí ya pondrán remedio a la situación los responsables del garantizar el orden en cualquier corrida de toros.
Tras el despejo de plaza a cargo de una calesa tirada por bien acicalados caballos negros, con pelo jaspeado, de hermosura visual, en el que la reina de las fiestas acompañada de sus damas saludó al público y les lanzó dulces de caramelo entre los aplausos de los vecinos, arrancó el paseíllo y la función.
«Calendario»; «marioneta» y «estudiante» fueron los tres primeros toros del encierro, bien presentado todo él, que se echó en Valdemorillo. Un toro que abrió boca a los viejos aficionados con el derribo del picador y su cabalgadura en la entrada a la primera vara y al que Paulita le instrumentó tres lances a pies quietos muy aplaudidos. Lo malo fue que al salir del caballo, el animal se dio un volteretón que le quebró si no los huesos, sí le afectó en su movilidad posterior. No obstante Paulita brindó al público su faena de muleta, consciente de la situación, pero superado por las muchas ganas de triunfo que traía a esta tierra el buen torero maño. Una estocada entera y envió al desolladero al de la Ermita. Cumpliría en el segundo de su lote y se ganó la puerta grande, al cortar dos orejas.
Víctor Barrio se fue al centro del ruedo para recibir al segundo de la tarde, pero este «marioneta» se fijó en el subalterno de la segunda suerte, yéndose distraído. Una suerte de picar desastrosa, silbada por el público, sin garantizar el momento del encuentro con el caballo del toro, y no del toro con el caballo como debería ser. Se echó de rodillas también Víctor Barrio, un torero al que le vimos con ansias de triunfo, apresuramientos nada buenos, pero firme y quieto en algunos momentos de la lidia. Su faena fue de más a menos y, perfilado a matar, logró una media bien colocada y precisó tres golpes de verduguillo. Los aplausos del público reconocieron su esfuerzo y en el quinto lo premiaron con una oreja.
El tercero de la terna, Martín Escudero, sobrino del ganadero Adolfo Martín, con quien departimos en las hora previa al festejo y al que deseamos toda la suerte que merece, y que luego difícilmente encontró acomodo en su sitio del callejón, tiene clase y arrojo, valor y sentido práctico sin discusión.
Martín lidió a «estudiante», un «zapatito», bajito de hechuras, un toro de lidia, bravo y noble, serio y encastado, con ganas, desparpajo y soltura. Sin arredrarse, cuando la desconfianza previa acoge una faena, hasta que el velo se disipa y sale la torería que atesora en sus manos este muchacho, alemán de nacimiento, pero hecho en Galapagar. Anoté en mi libreta los dos naturales que extrajeron el olé ronco y musical de los espectadores, antes de empezar a correr la especie por mi cuerpo que me impidió continuar en la visión de la lidia, pues hasta las piernas me temblaron como tablillas de San Lázaro. ¡Qué rato más cabrón!. Por eso esta crónica se la dedico a los tres toreros de esta tarde, pidiéndoles disculpas por no poder contar más de sus hazañas, pero sobre todo, a Fermín, el lazarillo de Medina del Campo, que me trajo con bien por la carretera.
Fotos: JOSÉ FERMÍN RODRÍGUEZ
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