Está Valencia terminando su feria de Fallas de un año prometedor y donde la vuelta de espectadores a la plaza es un hecho incuestionable, pues ha habido varios momentos de realidad profunda y sincera que atesora en sí misma la fiesta de toros. Algunas cosas son profundamente feraces, espontáneas, nobles y llenas de gracia y vida. Otras, por el contrario desatan el dolor y el riesgo que cada tarde planea en el coso taurino.
Dejando a un lado el merecido triunfo de los maestros, como el de Castella ante un bravo, encastado, alegre, profundo, duradero, pronto y con transmisión toro de Jandilla que mereció el indulto por su comportamiento en todos los tercios que se llamaba «Horroroso» (¡Qué nombre tan horrible para un dechado de bravura!. En qué estaría pensando el padrino de bautismo de fuego cuando le marcaron con este injusto motejo)… Me fijo con la naturalidad necesaria en el lleno hasta la bandera la mañana dominical del coso de la calle de Játiva para ver el juego de los recortadores y los toros vazqueños echados para la ocasión, como me recuerda la foto de Juan Pedro Silva y especialmente el niño del primer plano, ataviado con su gorrilla para protegerse del sol, quien vio, aplaudió y se emocionó con las evoluciones ofrecidas y contempladas.
También con el ánimo y pronto restablecimiento a Javier Gómez Pascual «Javi Guarrate», tercero en la cuadrilla en esta ocasión de Cayetano, seguro y entonado subalterno, que fue cogido y corneado tras parear al jandilla «observador» que le zarandeó, buscó e hirió de mala y angustiosa forma, al salir del par de banderillas. En el lecho del dolor, Javi «Guarrate» aguanta la contrariedad sufrida con ánimo y entrega tras la intervención quirúrgica. ¡Mejórate, torero!.
Son estos tres aspectos los que he deseado destacar en esta Feria de Valencia, de luz y sol, hermosura, sonido y color que hacen a la Tauromaquia, a la fiesta de toros, irremplazable y única y famosa cuando los albores de la primavera hacen florecer el campo en una amalgama de colores y vida de increíble belleza. En ellos se conjuga la cara y el lis de la moneda de la vida, el triunfo, la suerte, la alegría y el dolor con una liturgia que emociona y conmueve.
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