No pude ir el otro día a ver a Pablo Santana a la localidad de Dueñas. Por mi amigo Pepe Estévez he sabido del resultado y de la actuación del muchacho de Alaejos en el que tantas esperanzas tiene puesto el toreo de Valladolid. Acudí, sin embargo a verlo a Roa donde paseó otra oreja de un novillo toro de El Collado que le tocó en suerte y donde destacó por una faena valiente y entregada ante el segundo de su lote, un manso y con peligro allá en la boca de toriles, fajándose con él como un novillero hambriento de gloria y triunfo. El fallo a espadas no le permitió acompañar a sus compañeros de terna en la salida por la puerta grande.
Sin embargo, la noticia que me ocupa hoy para seguir confiando en la progresión torera de este, para mí niño, a quien he visto empezar cuando apenas los tirantes de su traje campero podían apretarle los avíos a su cuerpecillo, bien es verdad que de notable estatura en estos momentos, es animarle en su andadura. Participante en varias ocasiones en el Bolsín y certamen de tentaderos de Rioseco, incluso ganador merecido de él en su última participación, dio el paso a las novilladas sin caballos que antes se prodigaban muchísimo más por esos pueblos en fiestas y que ahora han quedado reducidas prácticamente a la nada.
Pablo dio el salto como novillero con caballos y, esfuerzo a esfuerzo, hizo su presentación en las Ventas de Madrid, cuando el verano se abría de par en par y entraba por la ventana el sol radiante de julio. Con detalles bien es verdad que aceptables, pero incompletos y redondos, ha ido entrando en los carteles, cortando una oreja aquí y otra allá, pero sin conseguir un triunfo absoluto.
Pablo Santana echa de menos, creo, a Andrés Sánchez Fernández, el salmantino que lo pulió como novillero, lo colocó en el circuito y le hizo dar el cambio y la formación que el muchacho necesitaba para asimilar y asumir su concepción torera. Las circunstancias de la vida produjeron cierta transformación y, desde esta temporada, dirige su carrera el matador riosecano Jorge Manrique. Jorge hace también cuanto puede, le dedica tiempo y formación, pero su cátedra de torero riosecano, inmensa no hace tantos años, no conforma un engranaje perfecto y coherente con el círculo del novillero, con su estilo artístico.
Noto últimamente que en los callejones no existe el silencio, la tranquilidad que debe regir, la ausencia de voces destempladas por la emoción y la única dirección clara, breve, concisa, especial, a la que hacer caso. Las voces más que animar aturullan y los comentarios con voz elevada rompen más el ritmo necesario para seguir. Por eso, mejor el silencio que el barullo y una voz solo dirigiendo el equipo.
Por los comentarios que intercambio con Pablo, analizando en profundidad, de verdad, sin tapujos ni interés alguno, sus intervenciones, lo veo en cierta manera apesadumbrado, bajo de moral, y ojalá me equivoque, triste y tal vez decepcionado, pero con la mente perfectamente lúcida, buscando lo que quiere y desea.
Mi deseo es que la inspiración, el ánimo y la alegría vuelvan a este joven torero que sabe y que retiene algo en su profesión que romperá en cualquier momento como un clavel reventón, diciéndonos a todos: ¡Aquí está Pablo Santana, un torero!.
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