Oír eso de que un muchacho acaba de subir el primer peldaño para llegar a ser diestro torero, convirtiendo en realidad una ilusión de varios años atrás, cuando embutido en su primer traje de luces, se dispone a hacer el paseíllo en una plaza, llega a completar un estadio a quien escucha que realmente merece la pena apreciar y conocer. Muchos son los llamados y pocos los escogidos en palabras del evangelista quien a su vez las recoge de labios de Nuestro Señor Jesucristo y que viene al final a colocar a ese amplio elenco de principiantes que echan a andar en esto de la Tauromaquia por plazas y campos, tentaderos y corraletas, haciendo tapias o entrando a dar unos muletazos a un res por obsequio generoso de su propietario, con toda la ilusión del mundo y de su persona.
Muchos, muchos chavales, de todos los sitios aparecen siempre en estos certámenes para ejercer el oficio: Desplazamientos, contrariedades, fríos y calores, aciertos y fallos, lágrimas y risas, fe y deseo se aúnan todos estos conceptos en un solo objetivo: Querer ser torero y llegar a serlo.
Es verdad- al menos eso dicen cuantos están en la cofradía- que una vez gustada la copa y sorbido el «veneno» de la misma, ya parece como si fuera imposible parar; no hay otra actividad que sustituya a esta vocación generosa y entregada. Ejemplo de ello nos lo dan muchos subalternos que aún habiendo llegado a las mieles de la alternativa, no han podido continuar y se han apartado de la profesión. Pero ellos siguen, vestidos de plata, de corto o de calle en este variopinto mundo del toreo. Unos gestionando intereses de otros; aquellos interviniendo en la organización de festejos; quien trayendo o llevando la formación de novilleros, enseñando el oficio, orientando, ayudando… Y siempre con el toro como objeto este totem milenario que mueve sentidos, carácter y emociones a muchas personas.
Ellos ya desde pequeños siempre han gustado de los toros y esa idea bulle y da vueltas en su cabeza hasta que al menos logran el intento de enfrentarse a las embestidas de un toro, conformando un cuadro de poderío, espectacular y bello como significa el oficio esté aprendido y bien hecho, cuando ya el sueño se haga realidad.
En el silencio y la penumbra de la habitación, en un taburete, el terno tabaco y oro y los trebejos de torear esperan pacientes a su torero. Y al fondo la cabeza de bronce del toro, símbolo increíble de un juego eterno de grandeza, colorido y valor que es preciso demostrar cada tarde, pisando la arena del albero de una plaza de toros.
Foto: Iván PACHO
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