Un nuevo ministro que no quiere ni oír hablar de toros por aquello del buenismo imperante es quien está a partir de su nombramiento al frente del Ministerio que lleva los asuntos taurinos de esta tierra española, regada con sangre, sudor y lágrimas y que tiene en muchos dirigentes políticos la idea de descabezar una larga costumbre de diversión, trabajo, sentido de vida y dedicación esforzada.
No hace tantos días ya corrió por las redes sociales, cada vez menos pues posiblemente habría que llamarlas redes barrederas de interés inmediato, que se había pedido la aplicación de la llamada ley 0 de eliminación total de la Tauromaquia. Crecidos los animalistas con el resultado de los últimos apaños políticos en España que les dan mayor control e inclusión en los órganos que deciden la vida de los demás desde las poltronas dirigentes, bueno es estar preparados para lo que venga y no esconder la cabeza en la tierra como los avestruces abochornados, miedosos que deciden entregarse sin tan siquiera mostrar una mínima defensa de su causa ante el peligro inminente.
En las televisiones, verdadero mantra regulador de vida y mente de las personas, aparecen de forma machacona e insistente quienes dicen hablar de derechos de animales, de protección de los mismos, del sufrimiento evitable, de adormecer el estado humano y racional y dedicarse solo a expandir el sentimiento, liberación animal, frente al ser humano ente sin duda más valioso en la creación para su misma libertad.
Los toros entran en barrena en la sociedad «moderna«, la cursilería del tiempo inútil y nefasto que toca vivir manchado en más de una ocasión por el abuso, la mentira, el engaño y el embaucamiento de las personas que prefieren mirar para otro lado, adaptarse o morir, en lugar de luchar y defender lo suyo con pasión verdadera.
Pues, taurinos, ya queda menos. Eso al menos nos dicen los indicadores de la actualidad, aunque siempre cabe el pensar que han sido expuestos en los llamados «tuits», esos ramalazos de bajeza construidos para sacar del corazón humano la pasión irracional, la inmediatez graciosa, la ruptura del pensamiento acendrado, delicado y ejemplar producto de la meditación, la pausa y el sosiego de otro tiempo, que debería guiar la expresión humana con más asiduidad.
Digo yo que alguien quedará por ahí dispuesto a combatir estas mediocres modas que nos llevan al final de una sociedad para destruir algo tan suyo como significó y significa tanto en la misma vida de la gente del campo, de la tradición y de la fuerza de la costumbre como ha supuesto y supone la Fiesta de los toros.
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