Y a mucha honra, debió pensar el autor de la expresión que titula uno más de los reportajes con que habitualmente obsequiamos a los lectores de esta web. El hombre, orgulloso de su oficio, había dejado dicho que él también trabajaba en el mundo del toro y que tenía un gran respeto y consideración por cuantos compañeros salen cada tarde al ruedo de una plaza de toros a expresar su sentimiento, a realizar arte y a conformar belleza junto a un toro bravo. Pero, ¿de qué sales tú a la plaza?- le interpeló la mujer que le escuchaba acodada en la barra de un bar cualquiera. Yo, enganchador de toros, señora- respondió lacónico y seco, tal y como si dejara caer un ahí queda eso para que se entere usted.
La introducción que me da pie para hilar este nuevo oficio de personas que actúan en la fiesta de toros fue recogida entre una de las muchas conversaciones que se oyen por ahí, a poco que uno se precie de pelar la hebra con quien asiste a una función taurina.
Es ni más ni menos que «el enganchador» de toros, esa persona que con una cadena de eslabones fuertes ciñe alrededor de la testuz del toro muerto la misma y engancha el grillete metálico en el balancín del arrastre del tiro de mulillas para que lleven al toro al desolladero. Sonido característico el de la maciza atadura, si estás cerca y no hay griterío entre el graderío, que atrae la atención singular por quien ejerce un oficio de exactitud, ya que de hacer mal la componenda, el toro irá «arando» con el cuerno el ruedo al ser arrastrado y la chifla del público natural y merecida para quien lo hizo mal.
No es tan sencillo como parece hacer las cosas bien es este menester de enganchar los toros. Aquí la experiencia cuenta, y mucho, la rapidez, la serenidad y la firmeza son cualidades que deben orlar a todo buen enganchador de toros. En más de una ocasión los aficionados han visto cómo el tiro de mulillas iniciaba el galope dejándose atrás el cuerpo del toro por no estar bien atado, entre la rechifla del respetable. o el grupo del arrastre ha maniobrado mal y el toro era llevado dando poco menos que botes o saltitos con su cabeza.
Si tendrá atracción la cosa para las personas que han hecho este menester que, por ejemplo, mi buen amigo miembro del grupo de la Dinastía Bienvenida, José Antonio Tamayo, que fue mulillero de la plaza de toros de las Ventas durante muchos años, yendo corrida tras corrida, día a día, San Isidro a San Isidro, desde Valladolid a Madrid para cambiarse de ropa allí mismo en la plaza y realizar su función de la que se honra y lleva a gala, gran sabio del toreo y de sus suertes, conocedor único y además de encandilada y grave voz de recitador de versos taurinos, ha sido uno de los representantes más singulares y especiales en esta función. Porque, se mire como se mire, viendo el garbo de Tamayo actuando como mulillero, también se ve la torería y disposición de un aficionado que ama a la fiesta con pasión.
El enganchador de las reses, uno más del grupo de mulilleros, pues sobre él recae la responsabilidad mayor del conjunto, espera sereno y tranquilo la llegada de sus compañeros con el gancho en la mano y ya con la garra metálica que introducirá en la argolla del tiro, paciente y sabedor de la cosa bien hecha, perfectamente uniformado, dando la importancia que tiene esa liturgia única que representa y exhibe el mundo de los toros.
Foto: José Fermín Rodríguez
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